Migración
Trabajamos para crear las condiciones para que las personas migrantes puedan desarrollarse en nuestra realidad, y capacitar a las personas locales para que puedan trascender los retos y tomar iniciativa en un momento de cambio cultural abrupto.
Si cada nueva persona es vista como una amenaza, ¿qué es lo que realmente está bloqueado: lo que llegan a ofrecer o nuestra capacidad de acoger?
La migración a menudo no es una elección, sino una respuesta a la violencia estructural, cultural y directa que empuja a las personas a desplazarse para sobrevivir. En un mundo donde las desigualdades y las crisis climáticas, económicas y políticas —a menudo impulsadas por dinámicas del norte global— generan flujos migratorios, es fundamental reconocer las causas profundas que impulsan estos desplazamientos. Desde Resilience.Earth, trabajamos para transformar el proceso migratorio en una experiencia digna y enriquecedora, creando espacios de acogida que no solo ofrecen apoyo inmediato, sino que también abordan las injusticias sistémicas que perpetúan estas crisis globales.
Acompañamos a personas y comunidades en su proceso de arraigo y dignificación, desde proyectos que fortalecen la cohesión comunitaria hasta iniciativas que promueven el diálogo intercultural y la reparación de relaciones históricamente desiguales. Nuestro trabajo se centra en construir espacios de acogida basados en el respeto mutuo, la interseccionalidad y la justicia social. A medida que nuestras sociedades se adaptan a los retos globales, es crucial integrar las diversas identidades que llegan, especialmente las segundas generaciones de personas migrantes, que a menudo se ven excluidas por sus identidades híbridas. Si no damos cabida a estas identidades múltiples, la tensión que se genera puede convertirse en violencia estructural, perpetuando la exclusión y dificultando la cohesión social.
Las personas migrantes, especialmente las de segunda generación, pueden aportar un gran valor a las comunidades que las acogen, pero esto solo será posible si las tratamos como miembros activos y valiosos de la sociedad, valorando su flexibilidad y resiliencia personal. Si las acogemos como individuos con recursos, capacidades y potencial para contribuir a la sociedad, generaremos comunidades más diversas, resilientes e innovadoras. El valor de la diversidad humana se manifiesta cuando creamos espacios donde cada persona pueda desarrollarse, aprender y ofrecer su conocimiento y experiencias para mejorar el bienestar colectivo. Si, en cambio, las tratamos como cargas, ignoraremos sus capacidades y posibilidades, convirtiéndolas en un peso social que perpetúa la marginación y la exclusión. Solo cuando reconocemos a las personas migrantes como una parte esencial de nuestro tejido social, podremos transformar la migración en una oportunidad para regenerar tanto las vidas desplazadas como los territorios que las acogen, avanzando hacia una sociedad más equitativa y armoniosa.




